miércoles, noviembre 24, 2010

Presente.

RETORNO

He vuelto
tras recorrer los laberintos de lo inacabado,
donde puedo percibir el peaje de las últimas
gotas que apaciguan las pretensiones.

Ha acabado la noche
a pesar del tiempo que juega
y las cenizas macilentas presagian
la incineración de otro final.

(Puede que llueva en esta alternancia
de dolores rítmicos)

He vuelto,
pero todo me redime a ti.
Todo me ciñe a la evasión de las palabras
en este retornar cíclico
que da esquinazo a la rutina.

He vuelto
Para ser la última respiración
de las bocanadas
que forjamos en intentos.

Inédito

martes, noviembre 16, 2010


Presente.

Me disgusta que a los libros se les dé un trato efímero. Se hace una presentación, se lee en varios recitales, se mantiene vivo una temporada y después...aparece el olvido.
Por eso cuando Antonio Daganzo (Madrid 1976) presentó hace unos meses su última obra (Mientras viva el doliente - Editorial Vitruvio) me propuese posponer su comentario hasta que pasase un tiempo. No es que mi crítica, inexistente, fuera de valor: era necesario que se siguiese hablando del libro pasado un tiempo. Y ese tiempo ha llegado.

Este tercer libro de Antonio Daganzo es una introspección al dolor, a la enfermedad, a la vida, quizás (¡seguro!) a la esperanza. Elementos que cobran sentido con el sujeto poético en un lenguaje directo y cuidado (marca personal de nuestro poeta) que nos hace pensar en esa sensación oscura que, en muchas ocasiones de la existencia, nos atenaza.

Aperturado y epilogado con dos cantos sublimes e independientes de la estructura, las distintas partes del poemario mantinen una lectura constante que nunca defrauda. Hago hincapié (imprescindible su degustación) en la segunda parte titulada Perros de arena: nueve sonetos trabajadísimos con un intenso significado y de los que, personalmente, destacaría el número VIII

La memoria de la niñez (doliente memoria) se adorna quejumbrosa con infinitas sensaciones, con masivas preguntas, con numerosos espacios que abren sus puertas para que el autor dirija la orquesta de las palabras con la sutileza de un Adagio repetitivo.
La enfermedad puede ser gestos.... Atacar tan sólo es defenderse... Tiene el enfermo / la certeza soberana de la risa... El niño, entonces, aprendía a ser misterio de sí / mismo... Era aquello existir sobre la nada...

En un escalado de menor a mayor, el tono del libro va subiendo paulatinamente hasta llegar a un grito final de esperanza porque, pese a todo, pese a esa enfermedad, a ese dolor, a esa carencia, Soy este hombre que ahora vive. Y la vida es y será. A pesar de los hombres y de Dios (defraudante por incapaz).

Se decía que las Moiras se aparecían tres noches después del nacimiento de un niño para determinar el curso de su vida. Todos tenemos un destino. Algunos lo saben, otros lo intuyen y otros lo escriben. El destino de Antonio Daganzo, el destino de la esencia de Mientras viva el doliente es la poesía bien hecha a partir del dolor.
Ni más, ni menos.

La queja,
la voz más animal y más tiempo humana.
Los ayes de la noche,
respiración alejada de su centro
al que busca tenaz entre el dolor
para saberse viva,
de vuelta a los volcanes ya callados,
a este magma creador pero incompleto.
La mayor evidencia
de que el impulso divino está en nosotros.
Y de que Dios no existe.

lunes, noviembre 08, 2010

Pasado.

Paseo por Madrid (2)

Las parejas salen de la puerta del arzobispado sonriendo, con una sonrisa llena de futuro. Él les regala su pasado, les regala esa eterna inconformidad, esa enfermiza dolencia sin cura, ese callejear sobre pautas indefinidas, sabiendo cómo se es, conociéndose la cara oculta de la amargura. Tuerce a la derecha dejando atrás la explanada y baja la Cuesta de la Vega. Al fondo, los Jardines de Sabatini se hunden en la pendiente tras las curvas sinuosas, drásticas, secas.

Cuatro surtidores escupen un saludo a su paso mientras se detiene a leer el cartel informativo del gigantesco olmo chino que le tapa el paso. ¡Hay tantos árboles que no conoce!: si estuviera Luis Felipe sabría enumerarle cada especie, cada raza leñosa, cada característica.
Pero no está. Ni él ni tantos otros que han pasado por su vida marcando una huella imborrable, un guiño pícaro, un aliento cálido.

No, no están…ni estarán (¿esto lo puso en alguna carta pasada?) Y, conociéndolo, esboza una mueca al viento del norte que lacera su rostro con miles de hielos clavándose en la piel, en tanto los tibios resquicios de sol le hacen guiñar los ojos, caminando como un ciego harto de ver, ahíto de mirar, anegado de imposibles.

"Sólo el poeta sabe
ponerle el nombre exacto a la tristeza."
Pedro Antonio González Moreno