martes, marzo 20, 2012

Improvisaciones en un diario

Pasado.

Él piensa que nos acostumbramos a las presencias, a los guiños rutinarios, a las imágenes lentas de nuestros actos, a la melancolía inconclusa de las voces que amamos, a su olor y su desaire, a los cuartos de las horas y a los otros donde lloramos.

Cree, firmemente, que nos acostumbramos a los amigos, al recuerdo incandescente de la niñez y sus veranos, a la bonhomía de la desesperación descalza, al desierto y su sed de almas, al descubrimiento que alguien hace del buen cinismo.

Y sólo dejamos esa costumbre, dice, cuando la vieja del reflejo oscuro reclama algo.
Entonces es cuando hacemos poesía de lo pasado, elegía de la ausencia, canto de los rescoldos, trazos de lo invisible.
Porque la muerte prende todo y da nada. Si la sigues, algo tuyo acuna bajo el brazo en el último robo. Si la vives, algún jirón de la pena mostrará como conquistado escapulario, como trofeo irredento de su sinsentido.

En el día primero del resto de los días.
Cuando todo sea recuerdo.

              La angustia es esa nada
              que de pronto florece
              en la oquedad.
                      Chantal Maillard de Hilos


domingo, marzo 11, 2012

Grandes letras ajenas: Francisco Caro

FUGAZ LA URBE

En la débil mañana,
justo al momento
de atravesar la calle

ha mirado a la gente,
el hambre de los pasos
con que adelantan

el arroyo aliviado,
melancólico y turbio,
de los escaparates

ocupando la acera,
ha sentido el rumor
de las cervecerías

la cotidianeidad
indulgente y hermosa
de Madrid violento.

Sabe que todo, todo,
permanece en su sitio.
Él es la ausencia.

            De Paisaje (en tercera persona)

domingo, marzo 04, 2012

Improvisaciones en un diario

Pasado.

El viento ha llevado las palabras entre las rendijas de los dedos. Desaparece como arena infantil sin castillos derruídos, sin agua cimentada, sin horizonte.
Alguien escribe acerca del solipsismo y del parnasianismo. La última copa certifica los conceptos y algo más. Alguien certifica la escritura detrás de las copas, por encima de las sábanas, cabalgando el unicornio de la dualidad unitaria (dos que fueron uno, diría más tarde)
Marlowe no existe. Ni su materia de la que estaban hechos los sueños. Pero esos instantes retumban en la soledad de la madrugada de esta ciudad vacía donde todos duermen y pocos sueñan, en las copas de los árboles que vigilan los cementerios cercanos, en los aleros sin gárgolas y en los nidos sin pájaros.
Al final de la recta, el recuerdo de una voz y un gemido.
Después, la negrura del presente y un nuevo piercing en la sístole inmediata.