lunes, noviembre 26, 2012

Intrascendencias


Pasado.

No sabe si estas risas en la madrugada son el bálsamo que protege las cicatrices con  una fina capa de constelaciones a modo de apósito.

No sabe ver más allá de esa mar picada por el viento, más allá de esa luna incompleta necesitada de cirugía, más allá de ese aturdimiento nebuloso después de dos botellas.

Y así la demagogia, delante del escaparate impúdico de la distancia, repite frases hechas: se ama como nunca y se pierde como siempre.

No sabe si el silencio puede ser el alguacil de lo que ya no se quiere que exista, el carcelero de la lengua quebrada que se ofrece a otro aliento.

Pero sabe que antes de rehabilitar aquellos besos apuntalados por los labios, otros sueños construyeron nuevos besos con el breve escenario que da la huida, con el maquillaje del abandono.

Y lo que antes era vidrio ahora es roca.
Y lo que antes era aurora ahora es tumba.
Y lo que antes eran pétalos ahora son tinieblas.

No sabe, hoy, ver más allá de ese silencio incomprensible que flota trémulo sobre la noche.
No sabe, hoy, porqué el alma cruje como un viejo barco y rechinan las mentiras como botes salvavidas durante un naufragio placebo.

Cuando encalla el cuerpo en los arrecifes de la derrota.

                     .../...debes  saberlo ahora que recuerdas:
                            jamás llegará nadie a este lugar.
                                              Antonio Colinas


jueves, noviembre 08, 2012

Letras ajenas: Adrienne Rich


Porque ya no somos jóvenes, las semanas han de bastar
por los años sin conocernos. Sólo esa extraña curva
del tiempo me dice que ya no somos jóvenes.
¿Caminé yo acaso por las calles en la madrugada, a los veinte,
con las piernas temblandome y los brazos en éxtasis más pleno?
¿Acaso me asomé por alguna ventana buscando la ciudad
atenta al futuro, como ahora aquí, esperando tu llamada?
Con el mismo ritmo tú te aproximaste a mí.
Son eternos tus ojos, verde destello
de hierba salvaje refrescada por la vertiente.
Sí. A los treinta creíamos ser eternas.
A los cuarenta y cinco deseo conocer incluso nuestros límites.
Te acaricio ahora, y sé que no nacimos mañana,
y que de algún modo tú y yo nos ayudaremos a vivir,
y en algún lugar nos ayudaremos tú y yo a morir.
                             (De Veintiún poemas de amor)