viernes, octubre 25, 2013

Letras propias: Intrascendencias.


Variaciones sobre el sueño de una mujer.
  
Hoy toca idolatrar a la diosa Pereza (¿es una canción conocida lo que escucho en mi entorno?) con la pasión de los desesperados.
No hay motivo alguno que delimite una funcionalidad o consecución diferente: todo sigue igual y ya es complicado discernir los conceptos.
La vida es demasiado previsible.

Llueve.
Llueve sobre el cristal del coche y sobre el minutero del reloj que me recibe a estas horas.
¡Estas horas!
Estas horas en las que parece que la vigilia se adueña de la racionalidad y todo sigue lejano, silencioso, guardando las apariencias a la rutina, traspasando la distancia, esculpido.

He recordado el sueño que tuviste anoche y he podido sonreír.
No creí ser protagonista de historia alguna y el subconsciente hace que aparezca entre las líneas de tus escenas, sobresaliendo entre las dunas de tus madrugadas.
He podido sonreír mientras tu voz lo relataba.

Discutes y justificas.
Achaco la pesadilla narrada al exceso de alimento durante la cena.
Te escudas en divagaciones.
Ataco tus argumentos mientras vibra el piercing de tu nariz.

Y me propongo escribir algo banal de esta anécdota absurda, con tu voz en la distancia  testificando como si fuera un relleno añadido al pastel del libro que leíste hace unos días: un relleno de distinto sabor y con distinto aroma.

Sigo siendo un artesano de lo pueril, un albañil de lo endeble.
Pero he podido sonreír, agradecido por los instantes regalados.

Ahora ya sabes cual es mi labor en los intervalos perdidos con los que el tiempo me derrota: construir quimeras ante el silencio.

Ya sabes de mi dolor, de mis herramientas.

Pero nunca sabrás quién soy.

martes, octubre 22, 2013

Letras propias: Un tiempo de adiós.



No se porqué tengo
la sensación de que me observas. Ahora
que tu recuerdo es vago y duerme
bajo los soportales de la ausencia,
todo diferido,
intento explicar los compases de esta danza.
  
Soy un bailarín de alquiler
esperando que alguien me contrate.

                    De Un tiempo de adiós.

martes, octubre 08, 2013

Letras propias: Intrascendencias.



../..Digamos, simplemente, que prefiero expresarme con letras a hacerlo con palabras, por una extraña manía que ha ido acrecentándose en el tiempo (y soy demasiado mayor para cambiar)../..

Fueron las primeras frases que escribí, las primeras intrascendencias.
Recuerdo que era el año 2002 (o 2003: sabes que soy un desastre para las fechas) y comenzaba una cascada de escritos cuya única lectora eras tú.
Recuerdo, también, que mi maleta estaba repleta de palabras, de sensaciones, y cargaba con ella por las calles como un vagabundo que llevase su casa a cuestas; sin rumbo ni destino.
Y tú me ayudaste a llevarla.
Fueron días de descubrimientos, de observaciones, de viajes y reencuentros. No existía la distancia y el mundo era un acuario inmenso donde nadábamos entre corales y tiburones.

Lo importante, la magnitud equiparable al infinito, es mostrar el pecho (por dentro, ya que exteriormente más vale taparlo), cerrado durante lustros, al espejo de las palmas de unas manos, y no sentir dolor. Lo importante es que…

Miles de letras que ocuparon un espacio vacío. Como ahora ha quedado vacío el recuerdo de aquellos días de plomo y plata, de incorrecciones, de huidas crepusculares y actos socialmente aceptados.
Si no fuera por lo escrito hubiera olvidado todo, tal y como pude olvidar tantos detalles.
La memoria es un hilo fino que se parte ante el descuido y la dejadez, ante la conservación del raciocinio, anta el posible crujir de la salud mental: un mecanismo de defensa para el dolor.

Bajo los cirros de las nubes, donde lo inalcanzable tiene un nombre y la vida un adjetivo. Más arriba de la pared en la cual escribí mi primer poema con el carbón ennegrecido de una hoguera apagada.
Un poco más arriba

La distancia engendra olvido: no todo el mundo lo sabe. Yo lo descubrí.
El tiempo reposó todo aquello y la vida se convirtió en un bucle que absorbía todo lo que encontraba a su alrededor.

Hasta hoy.
Donde el presente es un agujero negro que socava esta nueva era de incógnitas y preguntas, de incertidumbres y aislamientos
Y el bucle se funde con el caos.
Y mi vida es un tránsito sin meta definida, a mi pesar.

A estas horas de la tarde y con la tristeza a la vuelta de la esquina, relleno el último folio con fachadas nuevas sobre cimientos antiguos

Sé que me escuchas.
Sé que abriste el último libro que escribí y te detuviste en algún pasaje conocido.
Sé que, aunque no sonrías como siempre, tus ojos cerrados atienden los susurros de estos últimos pensamientos que te traslado mientras te observo, dormida, dentro de tu féretro.

Y que me estás preguntando cómo me va la vida, cómo camina mi futuro con esa mujer de la que te hablé la última vez y que me había vuelto a abrir la puerta de la sonrisa, cómo está el pequeño Mario, cómo mis poemas.

No puedo decirte gran cosa: corren tiempos de mudanzas e incomunicaciones.
Y me siento tan inseguro…
Y la única certeza es que ya no podré contarte algún secreto, ningún desenlace.
Nunca fue más ingrata la muerte.
Nunca nadie volverá a nombrarme como me nombraste.

Ahora, como entonces, una cita.
Extensible a la realidad, a lo actual.
Como siempre.

Descansa en paz.

“De tu vida sólo me diste un instante. Tengo la certeza de que, pese al pasado y pese al futuro, en el latido eterno de ese único instante de nuestras vidas, me amas”
            Jeremy Irons en La Caja China