lunes, junio 30, 2014

Letras propias: Cuaderno de conclusiones (12)

                                                                               
                                                                      Fotografía: E. Vecino.

Rocas quebrando el cascarón.
Subir o bajar para, al final, escribir las últimas líneas en esta tierra de nadie.
Materia estéril.
Sumidero de quehaceres de ese cansancio temprano que ahora se hizo tardío y marca un nuevo día.

Ahora.
Ahora que se designa el ir y venir del acantilado al precipicio, de la lluvia a las escaleras.

El cansancio temprano que ata al cabecero sueños y tatuajes, pieles y distancias.
Distancias más allá de las épocas de las distancias.
Distancias donde quedan los pesos de lugares desconocidos (¿hablé de lo profundo de alguna mente?), prioridades, lunas nuevas, páginas sin daguerrotipos.

Y el soplo de los contactos desconectados, silentes, en la absurda realidad.
La realidad donde no existe el cansancio ante lo que se desea.
Aunque pesen los párpados y se respire plomo.

Prioridades en las pupilas.

Lunas nuevas en el deseo.

viernes, junio 13, 2014

Letras propias: Cuaderno de conclusiones (11)



Nada de lo que fue raíz
será rama.
Ni cumbre será el nivel
del ánimo.
No horizonte que abarque
las mareas.

Nada de lo que hoy se ve
podrá forjarse sin recuerdos,
sin la frontera de las cegueras
o los sorbos de lo confesado.

¡Algún día dormirá el dolor
detrás del diagnóstico!

No hay motivo para vivir
pero se vive
en los pequeños instantes,
en la densidad del olvido,
en los residuos acumulados
como capas de vivencias
superpuestas,
en los bulevares.

A pesar de las malinterpretaciones,
a pesar de todo.

Nunca hay un motivo para vivir
pero el dolor empuja.

En el epílogo, la absenta
que evade:
árbol de vida dibujado
en la orilla del abandono.



domingo, junio 01, 2014

CUADERNO DE CONCLUSIONES (10)



ANOTACIONES PARA UNA DISCULPA SOBRE UN TEXTO ESCRITO HACE TIEMPO.

     Sólo hay sombras donde brilla el sol. Y ese es el fondo de tu alma.
                                     Carta de Heidegger a Hanna Arendt

(No escojas sólo una parte,
tómame tal como soy…)

Pero nunca me quiso tomar como yo era, te dije, y se volvió a marchar en busca de un reencuentro.

No sabías lo que habría de llegar mientras paseabas entre la gente bajo tus lunas de hormigón.

Entonces lo comentábamos mientras las palabras eran vacío en multitud, mientras buscábamos canciones en internet acabando con el resto de la botella abierta y sonreíamos al recordar la cara de la vecina cuando entraste por la puerta.

Nunca era tarde para emborracharse en las desgracias.

No iban a desaparecer las calles, ni dejarían de sonar los pasos, ni se detendrían los relojes a las siete y un minuto.

            (Soy sinceramente tuyo…)

Nunca era tarde.

Aunque la claridad anunciase un nuevo abatimiento y la angustia se emparejase con el desamparo evocando esa desubicación que había surgido hacía unas horas, con los últimos mensajes.

Cuando el silencio envolvía la sonrisa que había florecido al observar una pantalla y teclear unas letras

Mientras la figura sentada a muchos kilómetros reconocía el abismo en el que habían caído los sentimientos añejos.

            (Pero no quiero, mi amor,
            ir por tu vida de visita,
            vestido para la ocasión…)

La pureza de la memoria comenzaba a teñirse con unas notas musicales...

Como las sábanas manchadas de ceniza o el destierro hacia otra habitación más pequeña, en una de las muchas huidas que la intemperie soportó.

Porque ninguna teoría era exacta, aún no era tarde.

Yo lo sabía mientras me escuchabas cuando escupía el polvo acumulado de la jornada, cuando respiraba y me sentaba para que el vértigo no devorase mis vísceras y me derribase bajo la fotografía de Sidney.

Ella no te merece, decías, y en cuanto cambie el viento buscará volver al puerto donde siempre se ha refugiado.

Yo negaba la evidencia, la evidencia que salpicaba el alma.

En la basura: latas de refrescos, bolsas de excrementos, pan, servilletas y nuestros insomnios cristalizados en recipientes.

Nadie auditaba nuestro caminar, nuestras claves de acceso a la vida, nuestras tristezas, nadie nos menospreciaba insultándonos: era un privilegio del que no todos podían presumir.

Y entre copa y copa, canción y canción, tapas de lágrimas y una fotografía.

Después, las risas de la desesperanza.

Mis llantos.

Más copas.

Tus consuelos para un mañana.

Era la fortuna de los solitarios que se hacían compañía.

Quise abrirte los ojos, dijiste, y te los has arrancado.

Y yo respondí con un silencio, ciego por tu predicción.

Después: la ausencia.
¡Tantas ausencias, tantos vacíos!
¡Tanta derrota!
¡Tanta amargura!
Y una disculpa desde la distancia, en esta etapa cerrada, en forma de letras, como pediste.

En esta noche donde escribo solo, buscando canciones en internet, acabando con el resto de la botella abierta y esperando un amanecer distinto para preguntarle un porqué.

Sin respuesta.

            (Nunca es triste la verdad
            lo que no tiene es remedio.)