martes, julio 21, 2015

Correspondencia ordinaria 8



                            Aunque éste sea el último dolor que ella me causa
                            y estos sean los últimos versos que yo le escribo.
                                                                              Pablo Neruda


Después
decías noche
y todo se iluminaba.

Llegabas tarde
como temiendo aparecer en esa tierra
que no era tuya.

Con poco equipaje y titubeos
viajabas hasta el fondo del gemido.

Yo hablaba en esa penumbra
de anécdotas y teorías
mientras te recostabas en mi hombro.
Y las gotas del deshielo
componían canciones sobre las teclas
de la realidad.

Luego, aletargado, el sueño
succionando la frontera de la confirmación,
sembraba olvido.

Sin palabras
de hombre
o mujeres: el sueño derretido
como un continente sin vidas.

Yo hablaba en ese frío
de lumbres y aliños,
de candelas afiladas cortando
la ilusión desnuda.

Yo hablaba a tus ojos cerrados
como el eco habla al bosque.
Abrazaba tus miedos
jurando que nadie te dañaría
mientras fuera tejiendo minutos contigo.

Aprendí a mirarte de otra manera
en tanto el olvido
iba ocupando tu desgana.

Y yo hablaba
mientras los hechos enterraban las palabras,
allá donde los versos ausentes ocuparon
el primer espacio de tu silencio.

En el crepúsculo
perseguía las llaves de tu verdad,
la llama dolorosa de tu interior,
las líneas miserables
de mi insignificancia.

Después
decías amanecer
y yo volaba hasta aquel
camino de asfalto,
hasta la ciudad amurallada,
hasta la infidelidad primigenia.

Después
un café,
una invocación,
una huida...

Recuerdo:
decías noche
y todo se iluminaba
como el crepúsculo ahora.

Ahora que él no soy yo
en este despertar.



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