Boris Lubernieff es extraño. Canta a media voz cuando camina por la calle sin importarle las miradas de todos los viajeros que se cruzan por su destino. Expone, con grandes aspavientos, unas teorías fabulosas acerca del devenir y lo que el destino guarda para cada uno de nosotros. Si le incitas ataca con toda su artillería dialéctica para tratar de convencerte de cuales son las razones de la desdicha y de que “a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga”.
Es gracioso verle actuar sobre el escenario de la vida. Cómico empedernido, siempre quiso actuar en el Monumental aunque tuvo que conformarse con unas representaciones grotescas, a solas, exagerando los movimientos como si cazase rinocerontes. Su frase favorita, creada por él, era aquella que decía que la vida es como el café: hay que tomarla sorbo a sorbo porque si la bebes de un trago te quita el sueño.
Incluso una vez se dejó barba y, aunque todos opinasen lo contrario, cualquier parecido con Txomin de Aretxabaleta era pura coincidencia.
Aristócrata pobre de sentimientos peregrinos siempre creyó que el amor era una hipérbole y que en la desmesura estaba el auténtico cariño. Posesivo, apasionado y vulgar, todas sus doctrinas chocaban con la realidad más lacerante que su cerebro podía imaginar (a su favor diremos que él se sabía un tanto idealista pero procuraba ignorarlo)
De la niñez le quedó un poso muy grande llamado recuerdo y una pequeña cicatriz sobre el párpado izquierdo debida a la varicela. De la adolescencia, un parque, varias borracheras y un montón de estrellas cazadas al vuelo. Ahora, con la losa de la madurez aplastando su cuerpo, luchaba por conservar un nombre de mujer atado a breves momentos.
Y es que todos dicen que Boris Lubernieff es extraño. Recoge las esquirlas del minutero, desliando los nudos de la cuerda que arrastra hacia la orilla decente, al nombre de sus sueños. Se emociona con Albinoni y mueve los brazos con frenesí en el “Canon” de Pachebel. Sabe que no hay salida en ese laberinto en el cual se ha convertido su vida pero procura habitarlo lo mejor posible leyendo rarezas, escribiendo soledades o sumando matrículas imposibles. Todos los días hilvana el pasado sobre el presente y descose el futuro. Mal modisto, ha conseguido que todo le esté estrecho de sisa o desproporcionado.
Boris Lubernieff canta a media voz cuando actúa sobre el escenario de la vida y recoge, partícula a partícula, las esquirlas del minutero que le separan de esa metáfora de la existencia con nombre de mujer.
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