miércoles, septiembre 19, 2012

Grandes letras ajenas: Paco Moral


Carta 24, 1992

El autobús
me ha dejado a la puerta de tu casa.

El autobús
no puede recorrer otra distancia.

El autobús
no sabe lo que pasa entre nosotros
ni yo ni tú.

Recorrer la ciudad
de punta a punta sólo para verte, sólo
para ese espacio de tiempo
de apenas diez minutos
cercado de autobuses, de paradas de metro,
de escaparates llenos de artículos de saldo,
de gente que pasea
su dolor o su tedio,
ese olor a ciudad apenas presentido
es, sin embargo, amor,
más nuestro que el olor de nuestros cuerpos,
el tuyo y el mío que casi ni se rozan,
que no se han dibujado sino en el aire, apenas
trazados en silencio cuando el mundo se duerme.

Debí besarte ayer. Para variar
era yo quien tenía que haber hecho
jirones con tu ropa, con tu vida,
con tu sudor vapor de agua.
Debí comerme el nido de tu vientre
en vez de acompañarte hasta tu casa,
verte sobrepasar las marquesinas,
entrar en tu portal para perderte
entre la nada, en ese oscuro túnel
que nos separa casi a cada rato.

Claro, debí besarte
y no llevarme a cuestas tanto deseo, tanto
desasosiego como cargo encima
cuando tu boca no me sabe a hierba
sino a derrota.

Debí de hacerlo,
aunque tú no quisieras.

         De El libro de las cartas (Editorial Vitruvio)

viernes, septiembre 14, 2012

Intrascendencias

Pasado.

Nada de lo escrito fue entendido.

Las palabras se consideraron un ataque, una invasión al libre albedrío, un correctivo segmentado que nunca quiso pertenecer a lo insólito.

Y no fue así.

Había algo más que un borrón entre líneas, algo más que una breve mancha surgida del griterío de los pocos días o de la transpiración de un momento cualquiera.
Se situaba en un lugar que no era el suyo para intentar enlazar una letras incomprendidas y borrosas antes de dar media vuelta y despejar el camino, antes de no doler más de lo que ya dolía.
Vivir era un pequeño recinto de habladurías y contrabandos en la calle estrecha, donde lo más amado fue lo imposible, lo incierto.
Y lo irreal, lo más buscado.

Nada fue escrito si no había un retal de noche envolviendo los ojos y unos dedos torpes apabullando las letras. Y las frases fueron verdades aunque no se las creyesen.

Nada de lo escrito y enviado fue entendido: ni los sentimientos que se desparramaban entre las líneas imaginarias, ni las circunstancias, ni los pronombres.

Se dijo que el tiempo se detuvo y lo que ocurrió es que se pudo vivir unos instantes más, pero poco más, porque las expectativas crecieron como álamos inmensos.

No se ha entendido nada excepto la música de una noche más sobreviviendo al alcohol y a las llantas quemando el asfalto.

La madrugada abraza la fe perdida.
Como la brisa.

         
                    Como la brisa

                    Todo esto pasará, como la brisa
                    va borrando las dunas por la playa.
                    No quedará de mí ni esta  brevísima
                    tristeza en la que envuelvo mis palabras.

                    ¿Pero. acaso. no vine para esto?

                    (Entristecido, voy cerrando mi vieja
                    estilográfica).

                                        Rafael Montesinos

jueves, septiembre 13, 2012

Intrascendencias


Pasado.

Hubiera merecido una respuesta. Un último estertor en forma de palabras para explicar todo aquello que quedó pendiente, las definitivas vicisitudes que parecían imprevistas pero que fueron previsibles.

Hubiera merecido una llamada. Un ínfimo esfuerzo para teclear nueve números y repetir, con voz mecánica, el criptograma póstumo que quedó pendiente en sus espacios.

Pero ya no quiso montarse en aquella atracción de feria. Y, al no comprarse ese nuevo billete, evitó otro vacío en el estómago y un escalofrío prematuro por el relente de la madrugada.

En tal enfermedad las arcadas de la ausencia son medicamente incurables y hay una peligrosa exposición al contagio cuando se escuchan voces lejanas y de reproches.

Sólo quedaba esperar a la declaración de cuarentena por parte de las autoridades pertinentes.

                            Siéntate
                            a la mesa.
                            Bebe un vaso
                            de agua. Saborea
                            cada trago.
                            Y piensa
                            en todo el tiempo
                            que has perdido.
                            El que estás perdiendo.
                            El tiempo 
                            que te queda por perder.
                                           Roger Wolfe