Carta 24, 1992
El autobús
me ha dejado a la puerta de tu casa.
El autobús
no puede recorrer otra distancia.
El autobús
no sabe lo que pasa entre nosotros
ni yo ni tú.
El autobús
me ha dejado a la puerta de tu casa.
El autobús
no puede recorrer otra distancia.
El autobús
no sabe lo que pasa entre nosotros
ni yo ni tú.
Recorrer la
ciudad
de punta a punta sólo para verte, sólo
para ese espacio de tiempo
de apenas diez minutos
cercado de autobuses, de paradas de metro,
de escaparates llenos de artículos de saldo,
de gente que pasea
su dolor o su tedio,
ese olor a ciudad apenas presentido
es, sin embargo, amor,
más nuestro que el olor de nuestros cuerpos,
el tuyo y el mío que casi ni se rozan,
que no se han dibujado sino en el aire, apenas
trazados en silencio cuando el mundo se duerme.
Debí besarte ayer. Para variar
era yo quien tenía que haber hecho
jirones con tu ropa, con tu vida,
con tu sudor vapor de agua.
Debí comerme el nido de tu vientre
en vez de acompañarte hasta tu casa,
verte sobrepasar las marquesinas,
entrar en tu portal para perderte
entre la nada, en ese oscuro túnel
que nos separa casi a cada rato.
Claro, debí besarte
y no llevarme a cuestas tanto deseo, tanto
desasosiego como cargo encima
cuando tu boca no me sabe a hierba
sino a derrota.
Debí de hacerlo,
aunque tú no quisieras.
de punta a punta sólo para verte, sólo
para ese espacio de tiempo
de apenas diez minutos
cercado de autobuses, de paradas de metro,
de escaparates llenos de artículos de saldo,
de gente que pasea
su dolor o su tedio,
ese olor a ciudad apenas presentido
es, sin embargo, amor,
más nuestro que el olor de nuestros cuerpos,
el tuyo y el mío que casi ni se rozan,
que no se han dibujado sino en el aire, apenas
trazados en silencio cuando el mundo se duerme.
Debí besarte ayer. Para variar
era yo quien tenía que haber hecho
jirones con tu ropa, con tu vida,
con tu sudor vapor de agua.
Debí comerme el nido de tu vientre
en vez de acompañarte hasta tu casa,
verte sobrepasar las marquesinas,
entrar en tu portal para perderte
entre la nada, en ese oscuro túnel
que nos separa casi a cada rato.
Claro, debí besarte
y no llevarme a cuestas tanto deseo, tanto
desasosiego como cargo encima
cuando tu boca no me sabe a hierba
sino a derrota.
Debí de hacerlo,
aunque tú no quisieras.
De El libro de las cartas (Editorial Vitruvio)