FIN DE TRAYECTO
A Encar Díaz González
Yo era el
cobarde resguardado en la trinchera
que sólo
hostigaba por placer,
el mendigo
hambriento de carne,
el alcohólico
insomne y rebelde.
Pero el
placer es un pretexto del tiempo
para no
envejecer, una hoja barrida,
un cristal
quebrado por el verdugo del deseo.
Lo descubrí
una madrugada de sombras
mientras
disparaba el último proyectil
hacia mi
corazón.
Yo presumí de
cegueras, dislates y fracasos
alcanzados en
horizontes dispersos,
de nombres
desconocidos, de música y poemas,
de ganar, de
perder…
Yo era el
tren de tu parábola.
Pero ahora no
me pidas, amiga,
que este tren
siga viajando sin railes,
ni que abra
más puertas para crear soledad,
ni que mi
amor se apee y busque
ajenas
esquinas donde observar nostalgias,
otros arroyos
donde beber tristeza (aunque, alguna vez,
te dije que
la tristeza se masticaba)
o distintos
espacios para mantener los mismos
silencios.
No me lo
pidas.
Sé que tu
corazón está dividido
para muchas
personas.
Y me cuentas
que ella tiene su historia.
Pero ahora
permíteme que en mi derrota me resguarde,
haciendo tramas
de su recuerdo, para no sufrir
la intemperie
en una casa con habitaciones
pintadas de
inocencia y vacío
y con restos
de un perfume francés
impregnado en
las retinas.
Ahora
permíteme que esta nueva trinchera sea
la patria de ese
cobarde agonizante.
Sé de tu
corazón dividido.
Y de la historia
de ella
(hasta las
palabras finales)
Pero, ahora,
yo sólo pido tu brazo para aguantar
en pie esta
rendición,
para dejar de
ser bisectriz
y llegar a ser eterno en mi insignificancia.
De Cuadros sin colgar
y llegar a ser eterno en mi insignificancia.
De Cuadros sin colgar