Debía de ser otoño.
Lo recuerda
porque caían las últimas hojas de su diario y su aspecto se tornaba clandestino
y plomizo, como el gris de los días sobre la espalda de las palomas.
Debía de ser
otoño.
Lo recuerda
porque todo conducía a la ausencia punzante, a la niebla confusa y a los
erráticos reproches enredados en malinterpretaciones, a los mensajes de excusa,
a las noches de lectura sin papel, a las líneas mudas, invisibles.
Fue época
de perseguir soplos y murmullos, aguas, remolinos y nubes. De marcar los
límites del futuro con estacas carcomidas y redes oxidadas: sólo un empujón
arrastraba a la libertad.
Debía de ser
otoño.
Lo recuerda
porque el amor se hizo átono y en el
sortilegio de la noche voló con las plumas rotas en la última caída, antes del
vacío, para estrellarse detrás de otros muros, entre otras letras, sobre otros
espacios.
Y sin música.
Con todos
los secretos mostrados ante el mundo que nunca le acogería.
Desde aquel último otoño.
de decirte las cosas,
recurrir al lenguaje estilizado
de la palabra escrita.
Ariadna G. García
Me gusta mucho como escribes
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario y por la visita. Espero que te siga gustando lo futuro.
ResponderEliminarUn abrazo!