Variaciones sobre el sueño de una mujer.
Hoy toca idolatrar a la diosa Pereza (¿es una canción conocida
lo que escucho en mi entorno?) con la pasión de los desesperados.
No hay motivo alguno que delimite una funcionalidad o
consecución diferente: todo sigue igual y ya es complicado discernir los
conceptos.
La vida es demasiado previsible.
Llueve.
Llueve sobre el cristal del coche y sobre el minutero del
reloj que me recibe a estas horas.
¡Estas horas!
Estas horas en las que parece que la vigilia se adueña de la
racionalidad y todo sigue lejano, silencioso, guardando las apariencias a la
rutina, traspasando la distancia, esculpido.
He recordado el sueño que tuviste anoche y he podido
sonreír.
No creí ser protagonista de historia alguna y el
subconsciente hace que aparezca entre las líneas de tus escenas, sobresaliendo
entre las dunas de tus madrugadas.
He podido sonreír mientras tu voz lo relataba.
Discutes y justificas.
Achaco la pesadilla narrada al exceso de alimento durante la
cena.
Te escudas en divagaciones.
Ataco tus argumentos mientras vibra el piercing de tu nariz.
Y me propongo escribir algo banal de esta anécdota absurda,
con tu voz en la distancia testificando
como si fuera un relleno añadido al pastel del libro que leíste hace unos días:
un relleno de distinto sabor y con distinto aroma.
Sigo siendo un artesano de lo pueril, un albañil de lo
endeble.
Pero he podido sonreír, agradecido por los instantes
regalados.
Ahora ya sabes cual es mi labor en los intervalos perdidos con
los que el tiempo me derrota: construir quimeras ante el silencio.
Ya sabes de mi dolor, de mis herramientas.
Pero nunca sabrás quién soy.