CUADERNO DE CONCLUSIONES (4)
Todo tiene su nombre y su forma
excepto la forma del nombre que nunca se escribe por miedo (sinónimo de temer y antónimo de realidad) a la maduración de las metáforas recitadas, al rechazo de
lo tangible, a la posible decisión definitiva.
La forma de las canciones con nombre
de mujer es curva como el arco tenso de un cazador de nubes.
Y la alegría pegadiza de los anexos,
un canto a los próximos días de distracción, ocio y reencuentro: mentiras
maquilladas.
Aristocráticamente formal, el viento
cimbrea mi cuerpo voladizo mientras las dunas contestatarias mueven sus
siluetas al compás de la incógnita e insinúan un abrazo áspero sobre las
piernas.
Tengo el viento arrancando mi piel y
el frío escarbando mis entrañas.
Por
eso me he puesto de acuerdo con el pequeño duende de los jueves y comienzo a
editar sílabas entrelazadas, frase tras frase, párrafo tras párrafo,
envolviéndolas en un papel de regalo imaginario que flotará por las ondas
invisibles de lo remoto, sobre alfombras mágicas tejidas con cabellos y
estambres, esperando que ningún miserable las espíe.
Ningún miserable que manipule.
Ningún miserable que tergiverse.
Ningún miserable que aceche para
oscurecer.
Por eso me dejo arrastrar, como un
toldo roto, por el viento que escupe su furia de poniente: para volar y perderme
acompañando a la soledad desorientada.
Porque uno no es más que un acompañante
subversivo y triste de tal soledad.
Cuando en las adversidades se encomienda
a San Fortunato, patrón de los nicotínicos.
Antes de cuánto y cómo, que fue ahora
y ya no es nada.
Lo supiste y ya no lo sabes.
O no quieres saberlo.
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