Un
junio cualquiera
vino
a hurgar en mi basura.
Un
carro.
Un
gancho.
Un
exceso de carencias y unas manos heridas
rebuscando
entre despojos.
Se
llevó todo lo útil que desprecié:
la
lata del corazón,
los
cristales rotos de las ilusiones,
el
llanto arrojado,
los
labios tiznados por tantos carmines,
la
calva de los cincuenta,
la
lengua insensible y la imaginación anestesiada,
la
poca dignidad,
los
pedazos de los poemas
y
el vacío de la matriz de donde surgí.
Cosas
de poco uso.
Ahora,
por
si regresa,
he
vuelto a llenar el cubo de restos
tan
inútiles que no se pueden ni enumerar:
disculpas
perecederas,
Y
espero, escondido detrás de la cortina,
al
momento en el que aparezca,
cargue
el carro,
de
media vuelta y se marche
con
el gancho sobre su hombro.
Como
si fuera una guadaña asesina
desde
la que cuelgan el resto
de
los sueños
que
tiré en el cubo de mi basura.
Es de lo mejor que has escrito, poeta.
ResponderEliminarGracias, amigo!
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