CUADERNO DE CONCLUSIONES (3)
Me ha sentado frente a la ventana.
Con los ojos fijos al cristal y la mirada perdida
sobre lo indefinido he decidido escuchar el rumor danzante de la lluvia
caleidoscópica que dibuja lágrimas sobre el vidrio.
El epicentro exacto de la
utopía es un temblor quejumbroso de muchos grados sobre la escala Richter y
dicho movimiento no conseguirá derribar los cánones establecidos desde los pensamientos
ajenos, las desconfianzas, las sombras, las caídas de las cornisas desgastadas,
la respiración necesaria…
En una de las últimas charlas lidiadas al albur de las
estrellas alguien comentó en voz alta una multitud de irrealidades y se dedujo
que algún mal perpetuo puede paliarse con la ensoñación, pero que todo ha de
ser aceptable y aceptado.
Ya no sirven excusas para llegar a la meta pero… ¿cuál
es la meta?
La lluvia va codificando el horizonte. Pero
hoy no es Noviembre, ni el futuro con borrascas será primavera.
Y entre enigmas y frases inconexas –terribles,
algunas, y dignas de incluirse en los epistolarios más nocivos- el alba de mi
pensamiento se torna en matices blancos y grises hundiendo las ideas en un
viejo camino nevado, génesis del presente invierno que late entre la figura que
relata amargura y la verdad no creída.
¿Dónde está la meta?
No por aquí, parece.
Ni en el camino del mañana que fue otro
mes y ahora es una eterna ventisca de sinrazones. Sólo el invierno quema mis
manos como brasas de hogueras, fundiendo troncos de cicatrices en calderos de
sangre repetida.
No debería de surgir la duda ante la
certeza de lo cierto (redundo).
No ha de surgir un leve resuello, un
pestañeo pasajero y peregrino, buhonero de mil caminos y voces.
Nada surge del silencio de dos
presencias, de una respuesta sincera y desgarradora (¡siempre lo supe!, repito), de una utopía encallada, de repente,
entre las rocas del faro que debía iluminar y sólo ciega.
¿Dónde está la meta, tu meta?
¿Por aquí?
Los monólogos pasados no dan patente
de corso para diálogos futuros, pero el lenguaje es tan versátil, tan
moldeable, que los ecos de las palabras esculpen escenas atípicas en tierras
lejanas.
Y se repiten como bucles gigantescos
que triturasen mis costados estrangulando mis pulmones.
Echo
de menos presencias que conviven y no están y hablan de despedidas con
compromisos de promesas de no espera. Los días en los que existan esas ausencias
serán días largos y monótonos, sin sorpresas.
Un nombre se pronuncia en las gélidas
horas de la mañana.
Hoy es viernes.
Hace un rato, cuando abrí los ojos
definitivamente, fueron las cinco y diez y alguien se preguntará a qué viene
todo esto.
Sólo literatura.
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