martes, febrero 27, 2018

Nonsenses


   Joel Fleishman duda entre salir al frío o tomarse la última con Holling.

   Los días son iguales en Cicely y la monotonía ha cuajado como las últimas nieves.

   En la distancia planea un escenario donde nunca se representará función alguna y pronto oscurecerá en un entorno de auroras boreales.

   Sólo hay que viajar, decían, para llegar donde te pondrán puertas. Donde la realidad te escupirá en los momentos como si fueras una pesadilla en la vida ajena. Donde las mentiras hablarán como si fueran las mismas realidades.

   En el pueblo, (¿era un pueblo o una ciudad pequeña?), se reniega de la existencia pero se sigue apostando por ella. Por la sumisión de la comodidad o la aventura de lo efímero: dos polos que se atraen y se repelen.

   Joel Fleishman sabe que las opiniones cambian como el viento en Alaska, que lo que fue novedad ahora es rutina parsimoniosa o, peor aún, olvido.
   Todo es olvido desde que se decide que así sea.

   Desde que se decide que lo viejo es prescindible y es mejor coleccionar algo nuevo.

   Y que la queja tatuada nunca se borrara por mucho que se frote con palabras sin jabón.
 


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