Tiene un corazón prestado que usa para
sobrevivir en los senderos subterráneos de esperanzas, para hacer merecedoras a
las palabras y a las fantasías insolentes.
Usa puertas abiertas para las
adivinaciones que discurren en los canales del cerebro: la imaginación sin
pulso, el disfraz de terciopelo, las ideas jades que comentó ante las
preguntas.
Promete, si sale de esta, volver a
pecar en el quinto.
Y tocar la guitarra.
Promete volver a casa después de
asesinar el día y dejar que ese carmín pinte otros espejos con esporas
invisibles que aparentan enamoradas.
En las mejillas: seis líneas y muchos
puntos suspensivos a centímetros de un nuevo rechazo.
Adivinaciones, enojos, lluvias en los
retornos, silencios…
Sabe que lo posible es un mínimo
intervalo de la realidad que vive en tierras de silencios y traiciones.
Y se acuesta en silencio sin molestar
a la suerte, haciendo todo despacio para que el tiempo pase rápido.
Para que no torne el brandy en agua y
vuelva a arreciar la hiedra que corroe las entrañas.
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