Ella
oculta sus pecados en una tela transparente.
Dibuja, con aparejos traídos del
desorden, un caos predefinido imposible de creer.
Salvo por ella misma.
Él duerme su escepticismo con la
ayuda de cápsulas enlatadas de colores.
Y reposa, tranquilo, los posos de la
cofradía que procesionan en las calles inhabitadas de su mente.
Velas y flores para la lengua inerme
que no canta las estaciones.
En el fondo de los pozos la negrura
de lo remoto.
O lo consabido y certero.
La confirmación de un supuesto es la
afirmación de un temor fundado.
Al final, la noche para fundirse en
la soledad.
Y el agradecimiento al destino por
vivir en las imperfecciones.
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