Cuando tienes perdido y olvidado un espacio como este (después de mantenerlo tantos años) siempre hay algo que lo despierta y hace que merezca la pena volver a pisarlo.
Aprovechando que el próximo día 7 de abril se presentará en Madrid (20.00 horas, calle Jaime I El Conquistador nº 7) Y no bebáis del agua del olvido, de mi querido Luis Llorente, debo dejar reflejado algo sobre un libro magnífico y maduro.
Es sorprendente encontrar un joven autor con unas formas tan tradicionales, tan clásicas, tan de poeta. Luis Llorente, aparte de ser un excelente gourmet de poesía, es un excelente poeta cuyas raíces han sido regadas por Claudio Rodríguez, Brines, Marzal... y que los frutos se notan en su todas sus letras.
Veo en Luis Llorente a un hombre renacentista, a un filósofo observador de pequeños universos con los que crea sensaciones; donde la naturaleza, los sonidos, el entorno, la transparencia, la luz y una miríada más de sujetos literarios tejen prendas que el propio Luis nos hace a medida.
Incluso podría ser creacionista y pensar que la vida es un deseo inteligente. Pero sólo es un poeta con un arcón lleno de ideas e inspiraciones que le hacen ser un orfebre de los versos, para que cada palabra sea hilvanada con una meticulosidad estudiada y planificada.
And death shall have no dominion, decía Dylan Thomas. Y nada hay más cierto cuando se leen las cuatro partes (Y no bebáis, La urdimbre del otoño, Sólo rumor y Clausura del silencio) de este libro que tiene, sobre todo, un vocación para sentir la vida plena, para vivir y para dejar constancia de ello.
Porque Luis Llorente está muy vivo.
Y su poesía mucho más.
EN LAS SEMILLAS HICE EL BARRO
Oscuro laberinto derretido
Lezama Lima
En las semillas hice el barro,
fui parte de la tribu.
La entelequia del ser en el trasunto
que durmió en los rincones de la vida.
Sonámbula barbarie, escalera mineral
que dorando fue el camino con los fuegos perpetuos.
Y borra el tiempo la quietud que nace.
Y la noche se hunde en la ceniza.
En el temblor oscuro las palabras
se arrojan al silencio,
lanzan una imprecación,
luchan contra el óxido en los suburbios de l atierra,
se cortan y renacen
y se van anillando en la rutina
de olvidar el miedo, prohíben
los tejidos del mar, las alas de la fiebre,
para seguir cambiando sólo
la obertura de la luz. Quién está
detrás de la caricia, de la brisa en el fresno
y en la alegría serena de la fuente, dónde
se han posado los vencejos
si el verano es un rumor que vuelve, desata
la bronca geografía de la herida,
la superficie donde, lenta, una gota
de lluvia ha resbalado.
En las puertas líquidas se agolpa la inocencia,
en el mensaje secreto de esas aguas
que colman cada tarde,
y se aventuran a decirme
lo que el viento no me dice en sus embates,
lo que el desnudo horizonte no ha formado.
Arpegio y vibración,
constante disciplina que relincha.
Morir tan sólo
es otra parte, otro sonido
que se lleva la borrasca, o que posee la llave
certera para entrar.