Rafael González Serrano, Paco Caro y el autor.
Pocas palabras podrían definir mi agradecimiento a todas las personas que me acompañaron el pasado jueves en la presentación de
Diario de improvisaciones (Editorial Celesta). Y sólo una palabra sale de mis labios para definir la presentación que hizo del libro
Paco Caro: impresionante (formal y conceptualmente)
Para aquellos que estuvisteis y para los que no pudisteis asistir, os adjunto dicha presentación.
Una deliciosa maravilla: gracias, amigo!!
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Presentación de
Diario
de improvisaciones, de José Luis Nieto Aranda, Editorial Celesta. Edificio Mapfre. 4 de
abril de 2013,
En alguno de aquellos jueves
florentinos del siglo XIV, en aquellas horas primeras de la tarde, cuenta
Massimo Novello que Boccaccio de
Certaldo les dijo que el trabajo del
poeta semeja al de un arqueólogo, ya que el libro de la vida fue destruido por
los dioses en multitud de pedazos, que fue Hermes el encargado de repartir los fragmentos
(aprovechando vendavales) por caminos y arroyos, por bosques y marinas; que
desde entonces los hombres intentan recopilar retazos, palabras, con que
reconstruirlo. Que algunos no cesan en esa labor, y se llaman a sí mismos, o
son llamados, poetas, y que a pesar que cada pieza significa algo distinto para
cada uno de ellos, en ocasiones parecen encontrar sentido a lo que con afán
recomponen y a eso le llaman verdad, o le llaman belleza, o le llaman poemas.
Tal es la maravilla, tal la imposible e inalcanzable tarea que los dioses dejaron,
nos dejaron, y que ha encandilado y encandila a gentes de cualquier latitud.
También sucede que en estas
tardes madrileñas de principios del siglo XXI, hay gentes que siguen la tarea,
bien bajo el olivo sacro, bien a través de los cristales que doman las
oficinas. Y como esa búsqueda no está exenta de dificultades, o de extravíos,
deciden anotar en papeles electrónicos los miedos, los obstáculos, las
contradicciones de tal búsqueda. Y optan por hacerlo público, por contarlo a
los demás. O sea, fijar las cuartillas con chinchetas a la pantalla universal
que es un blog. Tal es el caso de José Luis Nieto Aranda, poeta a tiempo real,
compañero de búsquedas, quiero decir rastreador de sorpresas y emociones,
reconstructor. José Luis mantiene, como bien sabéis, abierto a nuestros ojos un
mural con el título de Diario de improvisaciones. Dietario
íntimo, casi diario. ¿Dietario? ¿diario? No es el caso detenernos en las
escolásticas diferencias entre ambos términos. Y que, por si a alguien le
interesa, se refieren a la influencia que las provocaciones exteriores tienen
en su génesis, al origen de los textos y a su voluntad de publicidad. Llámese
como se llame. Dietario o Diario, digamos pronto que José Luis, cuando lo
escribe, escribe de él, de su persona, escribe porque le es necesario, y
escribe de poesía.
Escribir poesía significa
cruzar los bosques, no temer a las fieras, que dijo el de Yepes, sentir, imaginar rincones en esquinas, nubes
tras cada nube… caminar desde lo concreto a lo abstracto cada mañana, y cada
tarde regresar por la inducción hacia la exactitud que nos duele. Andar
pausadamente el filo y la humildad de lo no hallado. Así ha logrado José Luis
reconstruir poemas, atendiendo a los síntomas que muestra la realidad, su
realidad. No para curar, no para informar, no para lograr comprender lo que le
pasa sino para hablar con aquello que le ocurre y jamás le abandona. En esta
labor se sabe frágil, en sabida deriva, un pequeño objeto de cristal entre
urbanas multitudes. Tal vez por eso decidió un 22 de mayo de 2009 refundarse en
ese alter ego que llama Boris Lubernieff.
José Luis ha querido fijar en
el texto que abre el libro el retrato de Boris Lubernieff, su retrato, un
retrato expresionista a la manera de Kirchner
o Kokoschka, paisaje de trazos fuertes, distorsionados, certeros, de forzados
colores y con la luz desierta. Luego en los siguientes textos del libro que nos
ocupa, que hoy presentamos, nos ofrece el escenario sentimental que guarda,
ilumina y protege su intención. Dicen que además del lenguaje, son el paisaje y
el hombre quienes hacen al poeta. Y su
curiosidad intelectual. Quienes esto afirman pueden tomar a Diario
de improvisaciones como paradigma para la defensa de tal afirmación.
Con su lectura he recordado los versos de otro José Luis, de José Luis Hidalgo “Soy
el poeta. Me pregunto:/¿qué es lo que anoche sentí arder” Porque creo que
es lo mismo que debe haberse preguntado el hombre llamado José Luis Nieto antes
de cada entrega. Textos que no pueden haber sido escrito sin esa tensión
existencial, sin esos desasosiegos que aspiran -tras haberse visto fuego, turbia
caniza- a su reconstrucción para poder ser reconocidos. Una hora, un viaje, un
lugar, una acción, ellos, la soledad, una fotografía, la certeza segura de la
noche, la presentida ruptura, inexplicada,... el rostro niño de una hija, un
temblor en la mano de la madre. Cualquier sensación, cualquier destello, abre
cualquiera o todas las posibilidades a su voz.
Voz de vientre que no es sino advertencia.
Advierte A.
Céspedes que no se debe salir de la poesía indemne, estoy con él, pero leyendo
este Diario
de improvisaciones puedo decir que no es posible entrar en ella sin
saber del daño. ¿Qué impoluto, qué estéril, puede crear auténtica poesía? Tal
vez ni siquiera sea posible transitarla sin haber sido sacudido antes por todo
aquello que la vida tiene de hija de la gran puta, por todo lo que tiene de
señuelo, de canción de sirena, de mazo y látigo, de río de misterios que nos
incita a contar mientras escépticamente se vadea.
José Luis Nieto
intuye: Boris, su heterónimo, sabe todo esto. Desde tiempo. Y por eso espera en
todo cuanto tiene el día de himno o de afán agresor, de excitación salvaje o
vituperio, de bandera rizada o de abandono. Y advierte que cada instante de
vida hallado está teñido de futura
inquietud, de la posibilidad de que tal situación carezca de firmeza y que lo
construido sobre ello sea la profecía de otro derrumbe.
Y es entonces cuando cuenta. Cuenta con un discurso riguroso, duro, casi
siempre teñido por el color indestructible de la tristeza. Una tristeza en
estado puro. Ni melancólica ni desesperanzada. En el exacto grado de
destilación. Una tristeza que es siempre refugio invulnerable. Coraza y método.
Verdad. Una forma decidida de conciencia que busca compresión. Y desde ella
alza su poema, ahora, en esta ocasión, libre de la esclavitud del renglón
segmentado, libre de una atadura que en ocasiones procura cierta tirantez al
decir. Aquí todo fluye sin amo. La tinta es dueña de su cauce y rodea a la
elipsis, su figura preferida, con la misma naturalidad y el mismo albedrío con
que el agua recorre ahora mi llanura manchega.
Apenas acude a la
descripción de lo externo, salvo lo imprescindible para que podamos identificar
cada fragmento del libro de los dioses que le ocupa. Luego, cada reconstrucción
es un tanteo. Una oferta al Boris que mira por la ventana. Y lee y exige. O lee
y tutea. Cada texto es un oferta y un desafío al que lee con él -es peligroso
leerse a sí mismo-, al que sube a diario en su moto, al que ama y es norte, al
que duda, al joven que se recuerda feliz y entero, al que bebe y provoca, al
provocado, al que invierte efecto y causa, causa con efecto, y sabe que es
indiferente en ocasiones. Y porque toda definición es un intento de establecer
límites, de excluir, de parcelar, en los monólogos público-privados de este Diario
de improvisaciones definirse es asunto que descansa en la suma de las
emociones. Léanlo al azar, léanlo de forma continuada, como deseen, pero,
lectores activos, como son los lectores de poesía, pronto aceptarán que el
paisaje está trazado, que tiene más de poliedro irregular que de esfera, y que
cada poema es una digresión independiente, aunque sean parte de un mismo haz. Y
el haz no es sino el lento recorrido por un intenso territorio interior. Un
deambular que busca puerto, solaz, descanso en la posada.
José Luis, y el
lector avisado, saben de lo incierto que resultan los rumbos en parajes
desolados, saben de la fragilidad de los hitos y de la ambigüedad de las
señales. Porque la vida, como la poesía, no son realidades manejables. Vivir,
escribir son dos verbos impuestos a cuchillo. Significan rastrear, reconstruir.
Rastrearnos, reconstruirnos. Lo último
que vivo es escribir, dicen que dijo Boris a José Luis para finalizar Rastros
perdidos, su anterior libro. Aquí y ahora, 4 de abril, en este
nuevo libro, José Luis mantiene la misma oferta, la que nos ha hecho durante
años en su ventana virtual. La que nos hace ahora: depurada, seleccionada,
concentrada en papel, en libro fulminante. Lo
último que vivo es escribir.
Digamos, para
finalizar, que el poeta ha publicado con anterioridad dos poemarios Un
tiempo de adiós y Rastros perdidos y tiene otro
pendiente y próximo: Cuadros sin colgar, del cual viene
dando ligeras pistas. Pero ahora, Celesta, la joven editorial que
dirige y mantiene Rafael González Serrano, ha hecho apuesta por este Diario
de improvisaciones, del que advierte, en nota de editor, que no debe
ser tildado de esa cosa ¿meliflua? que ha convenido en llamarse prosa poética.
Habrán visto ustedes que no lo he hecho. Y no hay en ello pasiva obediencia. La
verdadera razón es que he leído lo que el editor entiende por poesía, y créanme
que algo sabe de esto, lean si no los estudios sobre poetas foráneos que vierte
en De
turbio en claro, su blog. Si
miran la contracubierta encontrarán que para el editor es poesía todo aquello expresado con nervio, hondura,
agudeza y un lenguaje iluminado y fronterizo. Oyéndonos, ¿estaría
contento esta tarde de abril Boccaccio de Certaldo mi maestro, al que nombré al
comenzar? Un Boccaccio que, eso sí, me advertiría de la necesidad, como hago, de darles a ambos
las gracias por haberme permitido la alegría de estar, de contar. Vale.