Paseo.
Un hombre ebrio pasa llorando.
Junto a él soy un breve lapso entre las turbulencias.
Quedo callado, casi muerto, mientras las hojas se suicidan en el precipicio del otoño.
Soy sombra y observo y pregunto y quedo aprisionado en mí,
Trepano los pensamientos calados.
Abrazo un poema que habla en segunda persona.
A la segunda persona el primer pensamiento, la primera palabra dictada, el oxímoron imposible, la concatenación onírica sin pausas:
Sube las persianas.
Que entre luz.
El motivo exacto por el que moverías
tu vida.
No dejes que siga viviendo el pasado
que cuelga de tus noches en frases perchas,
que viste de igual modo aunque cambien las estaciones.
No dejes secarse las flores.
Aunque sus pétalos caigan sin gritar
y adornen, por última vez, el suelo que pisamos.
Paseo.
Un hombre ebrio pasó llorando.
Hay que aprender a echar de menos.
Que el olvido ocupe la memoria.
Que cuatro letras no quemen el corazón al leerlas en la pantalla.
Abrazo un poema que habla.
En segunda persona.
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