ANOTACIONES PARA UNA
DISCULPA SOBRE UN TEXTO ESCRITO HACE TIEMPO.
Sólo hay sombras donde
brilla el sol. Y ese es el fondo de tu alma.
Carta de Heidegger a Hanna Arendt
(No escojas
sólo una parte,
tómame tal
como soy…)
Pero nunca me quiso tomar
como yo era, te dije, y se volvió a marchar en busca de un reencuentro.
No sabías lo que habría de
llegar mientras paseabas entre la gente bajo tus lunas de hormigón.
Entonces lo comentábamos
mientras las palabras eran vacío en multitud, mientras buscábamos canciones en
internet acabando con el resto de la botella abierta y sonreíamos al recordar
la cara de la vecina cuando entraste por la puerta.
Nunca era tarde para
emborracharse en las desgracias.
No iban a desaparecer las
calles, ni dejarían de sonar los pasos, ni se detendrían los relojes a las
siete y un minuto.
(Soy sinceramente tuyo…)
Nunca era tarde.
Aunque la claridad anunciase
un nuevo abatimiento y la angustia se emparejase con el desamparo evocando esa
desubicación que había surgido hacía unas horas, con los últimos mensajes.
Cuando el silencio envolvía
la sonrisa que había florecido al observar una pantalla y teclear unas letras
Mientras la figura sentada a
muchos kilómetros reconocía el abismo en el que habían caído los sentimientos
añejos.
(Pero no quiero, mi amor,
ir por tu vida de visita,
vestido para la ocasión…)
La pureza de la memoria comenzaba
a teñirse con unas notas musicales...
Como las sábanas manchadas
de ceniza o el destierro hacia otra habitación más pequeña, en una de las muchas
huidas que la intemperie soportó.
Porque ninguna teoría era
exacta, aún no era tarde.
Yo lo sabía mientras me escuchabas
cuando escupía el polvo acumulado de la jornada, cuando respiraba y me sentaba
para que el vértigo no devorase mis vísceras y me derribase bajo la fotografía
de Sidney.
Ella no te
merece,
decías, y en cuanto cambie el viento
buscará volver al puerto donde siempre se ha refugiado.
Yo negaba la evidencia, la
evidencia que salpicaba el alma.
En la basura: latas de
refrescos, bolsas de excrementos, pan, servilletas y nuestros insomnios
cristalizados en recipientes.
Nadie auditaba nuestro
caminar, nuestras claves de acceso a la vida, nuestras tristezas, nadie nos
menospreciaba insultándonos: era un privilegio del que no todos podían
presumir.
Y entre copa y copa, canción
y canción, tapas de lágrimas y una fotografía.
Después, las risas de la
desesperanza.
Mis llantos.
Más copas.
Tus consuelos para un
mañana.
Era la fortuna de los
solitarios que se hacían compañía.
Quise abrirte
los ojos,
dijiste, y te los has arrancado.
Y yo respondí con un
silencio, ciego por tu predicción.
Después: la ausencia.
¡Tantas ausencias, tantos
vacíos!
¡Tanta derrota!
¡Tanta amargura!
Y una disculpa desde la distancia,
en esta etapa cerrada, en forma de letras, como pediste.
En esta noche donde escribo
solo, buscando canciones en internet, acabando con el resto de la botella
abierta y esperando un amanecer distinto para preguntarle un porqué.
Sin respuesta.
(Nunca es triste la verdad
lo que no tiene es remedio.)